miércoles, 30 de mayo de 2012

"Las piezas únicas están reservadas para los que creen que piensan, para los que asumen su poder porque tienen cómo pagarlo, los simios de abajo, sólo sirven para maquilar, sembrar y producir. El arte no es para ellos."



Una pieza única, como una huella digital, una cadena de ADN, un ser complejo, un planeta, una mente. Sólo el ser humano se ha visto tentado, últimamente, a crear piezas idénticas unas de otras, y sólo es el ser humano quien se ha tragado, una vez más, la píldora de que lo igual es lo mejor y lo que importa, lo que se debe tener.
La maquila ya no sólo procesa objetos, todos idénticos unos de los otros por cada serie, además intenta maquilar seres humanos. Seres que se reflejan en una de tantas pantallas, con quienes se procura igualar una fisonomía, un color de cabello, un peinado, una talla, un estilo.
A propósito de estos seres llamados primero “estrellas” y hoy “artistas”. ¿Artistas? Puede una persona vulgar, inculta, desarraigada de su naturaleza y de su entorno, frívola, desinformada, llamarse “artista”. Hoy, en este mundo de la comida rápida, el conocimiento rápido, la cultura rápida, la vida rápida, los artistas son aquellos seres de la pantalla que entretienen a quienes los observan, al mismo tiempo que los distraen de esas cosas efímeras y sin valor, como la dignidad, el respeto por sí mismo, la procura, el cuidado, el ser humano, porque, el comúnmente llamado sistema, que no son sino los sujetos en el poder, los empresarios millonarios y sus títeres como los medios masivos de comunicación o Hollywood,  lo desean para inculcar, de manera amena y divertida en la sociedad lo que les conviene, que obviamente no es ni la dignidad, ni el autorrespeto, ni mucho menos el ser humano.
Hoy, se le llama “artista” a un títere de los medios de comunicación, un ser hueco que es llenado a beneficio de quien le paga. No tiene rostro, no tiene sentimientos, no tiene ideas, no tiene juicio. Ojo, que no estamos hablando de los actores, que aunque pocos hay, se distinguen de esta clase plástica y enajenante.
Esa gente de plástico es aplaudida, su “trabajo” es reconocido por las mentes blandas que se han dormido hasta el punto del coma, sin embargo, un verdadero artista es considerado, por estos mismos seres durmientes, como un flojo, que no trabaja, un loco que no quiere un carro último modelo, igual a miles que se maquilaron, o ropa de marca, igual a millones que se maquilan a diario, que no quiere “ser alguien en la vida” porque lo es desde el momento en que su mente se abrió con el primer estallido de luz en sus ojos y el primer llanto que llenó de aliento sus pulmones.
¿Dónde está el arte entonces? Su espacio ha sido bien resguardado por aquellos que pueden pagarlo, que han subido sus precios excesivamente para que nadie pueda acceder a ella, nos han convencido de que no somos suficientemente humanos para ella. Así que tú, que no tienes dinero para pagarla, aléjate de ella, el arte le pertenece a unos pocos.
Si bien es cierto, el arte siempre ha tendido a ser usada por aquellos que pueden pagarla para su conveniencia, de ahí su precio, su altísimo precio, sólo quienes pueden pagar miles o millones por una pieza, pueden apreciarla. Nos han convencido de que sólo son ellos quienes saben apreciarla, ¿para qué? Para mantener el control, porque el arte es, en todas sus modalidades, aquello que sublima, horroriza o causa euforia, pero hace trabajar esa masa tan olvidada y tan mal entendida que se encuentra dentro de nuestros cráneos.
El arte da como resultado piezas únicas, únicas como una huella digital o una cadena de ADN que ya a nadie impresiona, o al menos no tanto como una de las miles de chamarras fabricadas por nike, o los millones de zapatos maquilados por puma.
Las piezas únicas están reservadas para los que creen que piensan, para los que asumen su poder porque tienen cómo pagarlo, los simios de abajo, sólo sirven para maquilar, sembrar y producir. El arte no es para ellos.
Entonces, ¿en qué se ha convertido el arte? Porqué un ser que produce desde sus profundas emociones, con sus manos, pieza por pieza un objeto, es llamado “artesano”. Como los huicholes, que hoy por causas terribles están tan de moda. El huichol o wixarica, realiza piezas únicas cada vez, no hay dos iguales, pero las vende en precios ridículos, excepto aquellos que dejan de ser “artesanos” para convertirse en artistas, denominación siempre asignada por un mecenas que los descubre, a veces, o a veces luchando, ellos u otros, hasta el agotamiento por darlos a conocer. Cuando cualquier artista lo logra, o cuando de un día para el otro es llevado a la cima del mundo, aunque trabaje con la misma calidad que cualquier otro, entonces, ya son artistas, no porque lo hayan sido siempre, sino porque alguien lo designó así, como tocados por una varita mágica.
El arte, se ha convertido, igual que la comida, en un proceso rápido en muchos de los casos, aunque los grandes maestros del arte, sea cual sea su manifestación, siempre pasarán a la historia; pero su alcance es corto y se limita a los pudientes. ¿Quién de nosotros puede pagar un Van Gogh? Es más ¿Quién de nosotros puede pagar una exposición no gratuita de Van Gogh? Y sin embargo, algunos sabemos que el Maestro murió en la pobreza, luchó contra ella toda su vida y hoy sus cuadros cuestan millones de dólares, que ni él vio jamás y ningún artista no reconocido ha visto nunca.
Hoy un tiburón efímero en cloroformo cuesta 12 millones de dólares y hay miles de verdaderos artistas que viven en la miseria, desde quienes hacen piezas únicas en una aldea remota en África, hasta quienes lo hacen en una ciudad de infinitos pasajes sobre un trozo de madera, una hoja de papel, un pentagrama o un lienzo.
¿Dónde están las piezas únicas? Aquello que se tiene como individuo, cuando el ya mencionado “sistema”, te vende la idea de que tienes que ser único, original, auténtico, comprando aquello que poseen otros cien millones de personas. Todas las mujeres de la actualidad quieren ser rubias, flacas, con grandes senos alzados, para hacerse el mismo peinado y vestir el mismo look. Todas quieren la misma bolsa, el mismo collar, los mismos aretes. Todos los varones quieren el mismo atractivo, el mismo cuerpo, el mismo cabello, el mismo tamaño, para comprarse el mismo auto, la misma ropa, el mismo yate, tener la misma actitud. Y si todos lograran esa proeza, ¿qué ganaríamos? ¿O acaso lo importante es que haya algo “arriba” de uno para desearlo permanentemente sabiendo que la cima nunca nadie la alcanzará?
Dónde está la individualidad entonces, dónde está el “yo soy”.
Hoy una pieza única tiene un sentido para la dominación, tener una pieza única me conviene si es de alguien famoso, porque así obtendré poder sobre aquellos que no pueden pagarla. Pensar de esta manera nos lleva a ser presa de todos aquellos que pueden pagar más y obtener piezas que los coloquen en mayor estatus.
Sin embargo esto no tiene lógica para quienes queremos ser humanos, humanos de raíz y de razón. El arte nació de un sentimiento, del deseo de plasmar algo propio en un objeto o una pared, el deseo de creación. ¿Qué ha sucedido entonces con esas piezas únicas que nos proporcionan individualidad? Esa vasija decorada por el mismo sujeto que la usará, a la cual le fueron agregando detalles, más y más distintivos con el tiempo, esa que no se parece a la de la vecina, porque es mía, porque yo la elegí de entre muchas y ésta me pareció la mejor. Ese collar que en una tribu hace a una persona destacar entre otras por los colores. ¿Qué hay de esas flechas que eran cantadas por los aztecas mientras se tallaban y se armaban?
Algunas tribus, contemporáneas o antiguas, creían que cuando alguien tallaba un objeto, o lo fabricaba, parte de su alma, de su espíritu se quedaba en la pieza generando un espíritu nuevo, las cosas entonces poseían alma, incluso la comida. Hoy, estaríamos comiendo comida sin alma, porque todo es fabricado por una máquina pobre poseedora de nada parecido a un alma. Desde éste punto de vista, ninguna de las cosas que poseemos, que vestimos, posee un alma, salvo por aquello que obtuvimos o que poseemos que está hecho a manos de personas.
Entonces ¿porqué preferir lo convencional, fabricado en maquila? Qué hay de un objeto que al ser único puedo integrarle mi propia individualidad, porque es mío más allá de la posesión física, lo hago mío porque no hay otro igual, porque lo elegí de entre diferentes, no fue una elección de talla o color entre miles iguales.
Un objeto único te llama, te seduce, te inspira. En él colocas grandes cosas, dependiendo su tipo. Pueden ser físicas o morales, ya sea un cuadro, una escultura, un objeto de uso cotidiano. Por ello las piezas únicas no tienen porqué ser inalcanzables, ni pertenecer a una delgada capa de la sociedad que sólo las quiere para darse un mayor estatus. Todos somos merecedores de algo único. Una pieza única invaluable siempre, aunque hoy se haya vuelto desechable, es y será el ser humano. 

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